lunes, 12 de octubre de 2020

LA BUENA SUERTE

 

Sam no estaba seguro de si era una señal maravillosa o el presagio de un desastre, pero si sabía que no podía dejar de ver lo extraño que era ver a su amigo de la infancia parado en el semáforo, al otro lado de la calle. Justo frente a él. Ya le parecía a él que el nombre le resultaba conocido. Pero no había caído en la cuenta hasta que le vio en frente. 

Imposible equivocarse. La misma frente despejada, el remolino en el flequillo, esa postura desgarbada. La mirada que te taladraba. Esa habilidad innata para hacerte sentir incómodo. Bueno, no es que hubieran sido amigos, sólo compañeros de pupitre de quinto a octavo. En aquel olvidable colegio de curas.

De pronto, su compañero inició la marcha hacia él. Sam temió ser reconocido, por lo que se ajustó la bufanda y se caló despreocupadamente la gorra de lana. Con la excusa de sujetar el tirante de la mochila, se cruzó el pecho con el brazo. Lo único que le faltaba era ser reconocido.

Pero Daniel pasó a su lado sin verlo. Ocupado en una conversación telefónica que le hizo dar un codazo a Sam. Del que, no podía ser de otra manera, no se disculpó. Daniel nunca se disculpaba. Bueno, no se disculpaba con los compañeros. Con los curas ni se le ocurría no hacerlo. Estaban en la misma onda de superioridad. Ellos lo sabían  todo. Él lo tenía todo. Los demás una pandilla de pobre ignorantes. Incluido Pablito Urrutia, heredero de una poderosa empresa pesquera. Para él sólo era un "quitaescamas", como le llamaba en los baños. Cuando se reía de él y le acorralaba con sus amigos. Nadie estaba a su altura.

Sam cruzó la calle corriendo y se giró para ver hacia dónde iba Daniel. Parecía estar más en la conversación que en la calle. Bruscamente, se detuvo, giró sobre sí miso y se perdió en el hall de un imponente edificio. La sede central de su brillante empresa.

Todo sonreía a Daniel. Porque Daniel había ayudado un poquito al destino. En cuanto pudo, se deshizo del director general. Casualmente un padre ausente, su padre ausente, que sólo quería dejar lo mejor a sus hijos.

Había leído en alguna parte, que le habían diagnosticado Alzheimer y por eso el hijo le retiró del timón del negocio. Tras unos meses de lucha familiar había aparecido muerto en su casa de una rica urbanización del norte de Madrid.

Suicidio decían.

Daniel había ayudado al destino, si. Con ese tipo de ayudas que crean amigos interesados. Y enemigos más interesados todavía.

De eso, Sam sabía mucho. Se dio la vuelta, se ajustó el tirante de la mochila y se dirigió calle abajo. Pensando en la biografía de Daniel, leída hacía poco con indiferencia y recordada ahora con un interés renovado.

Miró su móvil y chequeó las señas, para confirmar que estaba ante el edificio correcto. Entró en el hall de un edificio de oficinas, se identificó y pasó el torno. Había alquilado una ofician discreta en una de las últimas plantas. No pagaba los metros, pagaba la panorámica de todo Madrid. Unas vistas impresionantes.

La sala estaba impoluta, apenas un par de muebles. Sobre la mesa los informes sobre Daniel. Dejó la bolsa y volvió a jugar con los papeles. Allí apareció la foto de una mujer. Isabel Picado, flamante esposa... exesposa de Daniel. En un tiempo impresionante, escultural, hermosa e inteligente. Ahora una sobra de lo que fue. Recordó el proceso de separación. Salió en todos los tabloides. Lo que no se publicó lo tenía él sobre la mesa. Excesos, malos tratos, drogas, depresión, intento de suicidio. El divorcio la dejó temblando, pero le salvo la vida. Todo un fiera nuestro amigo Daniel. A todo el que tocaba lo jodía. Las manos empezaron a hormiguearle. Presentían ya su momento.

Sam, habitualmente, no sentía gran cosa en su trabajo. Era sólo trabajo. Pero este trabajo le estaba resultando particularmente agradable.

Abrió el ordenador, revisó los planos de la ciudad, los datos del edificio de Daniel y la meteorología. Un día perfecto. Todo iba mejorando por momentos.

Subió la bolsa a la mesa e inició su liturgia habitual. Pasó la mano por toda la parte superior de la bolsa. Retirando pelusas imaginarias. Con cuidado abrió la cremallera y percibió el olor característico. Extrajo la funda rígida y la abrió. Poco a poco sus manos se hicieron nuevamente a su Remington 700. Su mira telescópica, su culata, la cantonera y así hasta acariciar todo el rifle. Una extensión de si mismo. Miró con detenimiento el guardamonte. El cosquilleo iba en aumento.

Se acercó a la ventana y rastreó los edificios frente a él. Encontró fácilmente el edificio de Daniel, la planta y el despacho. Hoy iba a alegrarse mucha gente. Amigos, enemigos y damnificados de Daniel. Día de suerte para muchos... Salvo para Daniel.