lunes, 31 de marzo de 2008

SEGOVIA SIN PATADA VOLADORA



Esta que observais es la Iglesia de la Vera Cruz, sita a las afueras de Segovia, camino de Zamarramala. Pequeña, coqueta y curiosa iglesia, perteneciente a los muy dignos caballeros templarios.

Ahí donde la veis, es una iglesia que me encanta. Y hasta allí me acerqué el sábado con la intención de pasar otro lindo día segoviano. Acompañada por mi muy querida arrobita y mi muy querida suegri y su muy querida tía (de mi amada suegra). Mi intención era quedar estupendamente, haciendo de chofer y de muy grata compañía. Por aquello de ganar muchos puntos frente a la familia política.

Ete aquí, que íbamos en el coche planificando las visitas culturales y las gastronómicas. Decidiendo el orden de las visitas y donde sería más rico a la par que económico, almorzar y relajarnos. Y salió como primera opción la susodicha iglesia de la orden de malta.

Muy digna salí armada de una cámara dispuesta a inmortalizar el momento. Así que, cuando estábamos en la puerta lateral, tras escuchar a mi arrobita contar la leyenda que existe sobre los orígenes de la iglesia, dispuestas a entrar se me escuchó decir "¿Por qué no os poneis en la puerta y os hago una foto?" Mi propuesta gustó y se fueron a colocar, sonrientes como casi todos cuando estamos de excursión, y yo me alejaba, vigilando el suelo por el rabillo del ojo. Porque había un escalón en el terreno y no me lo quería comer.

Pero el destino, como dice la canción, cambió mi suerte y adelantó un trocito de ese escalón de antiguas piedras. Justo el trocito hacia el que yo me acercaba mientras averiguaba como funcionaba el objetivo de la modellllllna cámara.

Justo cuando se iban girando hacia mi, observaron con horror, como servidora se derrumbaba como una de las torres de NY.

Sin poder evitarlo ellas, y sin querer evitarlo yo, caí de lado sobre la dura piedra/tierra. Todo por evitar lo inevitable del esguince y lo si evitable de la fractura que ya me imaginaba por el intenso dolor que me llegaba del distante pie. Así que, rodé con fuerza, dada la altura del escalón y la inclinación del terreno.

Rodé como una croqueta, con fuerza y rapidez. Di tres o cuatro volteretas, mientras se me escuchaba quejarme y maldecir en arameo. Creí que no pararía. Así que allí estaba yo, dando volteretas como si de Jean-claude Van Damme se tratara, pero sin la patada voladora final que tiraba al malo y le dejaba de pie y sin despeinar a él.

Cuando paré, sin abrir los ojos, seguía quejándome y dando puñetazos al suelo. Esto asustó bastante. Pero es que tenía el pie que me dolía horrores y mi orgullo no os digo cómo. Y, además, pensaba que yo era la que conducía, la UNICA. También pensaba en qué iba a hacer con la clínica si me quedaba tullidita una temporada. Todo lo que dejaba colgado si no podía salir del sofá. Y encima DELANTE DE LA FAMILIA POLITICA -o su mini-representación-.
Visto como iba mi cabeza y siendo consciente del espectáculo que constituía, dejé de manotear el suelo y soltar algún improperio y abrí los ojos. Mi arrobita se había quitado el jersey y me lo había colocado como almohada, mientras trataba de calmarme -intuyendo que parte del pataleo no era por el dolor-. Vi la preocupación en la cara del todo el mundo y, mientras yo misma evaluaba el daño de mi pie, pensaba en quitar gravedad a la situación. Así que pregunté si me habían grabado en vídeo. Total, ya que me había caido de una manera tan aparatosa, se podía intentar ganar un dinerillo en vídeos de primera o similares. Nadie estuvo rápido con la tecnología. Una lástima.
Bueno, si que lo estuvieron con los móviles y pronto apareció la ambulancia que me iba a atender. Así que pude practicar uno de mis hobbys: visitar las instalaciones sanitarias del lugar de vacaciones. Ya sea Segovia o París. Puedo certificar, que le doy una categoria de tres venditas a Segovia y una y media a París. Afortunadamente, caerme fue mi primera actividad de la jornada y fui de las madrugadoras en urgencias. Es más, fui el primer trabajito de la ambulancia. Y en urgencias no había nadie. Ganas me entraban de irme con la silla de ruedas de excursión por el centro. Total, más sola no iba a estar.
Pero bueno, tras una hora allí (si, si, sólo una hora, hasta para ir a urgencias hay que ser madrugador), salí con mi patita vendada y una tirita en mi orgullo. Para resarcirme, comimos en San Marcos, mientras esperábamos a mi hermana que haría de chofer hasta madrid.

Así que, ahora me encuentro tirada en el sofá de casa. Con la patita estirada y la espalda cuidadosamente colocada en los almohadones para que no duelan. Y buscando en la agenda algún colega que pueda tratarme con cariño y acortar la convalecencia.

jueves, 27 de marzo de 2008

SER TOCADO PARA ESTAR VIVO

Hace más de diez años que trabajo en una residencia de mayores. Y esa experiencia me da pista suficiente para filosofar de vez en cuando.

Los abuelos de mi centro, requieren ayuda profesional, para una, dos o todas las actividades de la vida diaria. Se les lava, se les peina, se les viste. Les tomamos la tensión y les damos pastillas. Les movemos un brazo o les estiramos una pierna.

Les hacemos un montón de cosas, pero ¿les tocamos? Entendiendo "tocar" como un contacto social entre seres humanos. Un acto que denote emotividad.



Realicemos un ejercicio mental y recordemos el último beso, abrazo, caricia, o incluso pellizquito, recibido por nosotras. Espero que no tengais que remontaros al inicio de vuestras vidas para recordarlo.



Porque no es lo mismo. Lavar que tocar, vestir que transmitir emoción, etc. Y eso, p. ej los niños, lo perciben muy bien. Las carencias en este ámbito dan lugar a alteraciones y retrasos en el desarrollo.

Hay mayores que no son "tocados" en días, en meses. Los profesionales los mantenemos limpios, lustrosos, bien alimentados. Pero desnutridos de afecto. No es raro escucharnos alguna vez "a mi no me pagan por dar cariño" Es verdad, pero tampoco es necesario incluirlo en los pluses.

Y miro hacia fuera y observo un comportamiento cada vez más aséptico, más distante. Aunque como mediterráneos somos bastante más emotivos que nuestros colegas del norte, cada vez nos inhibimos más. La sombra de los acosos, de los motes de sobones... nos vencen.

¿Cuántas veces hemos necesitado un abrazo, un apretón de manos, una mano en la espalda y nos hemos quedado con las ganas? ¿Cuántas veces hemos creido que ese contacto vendría estupendamente a la persona que teníamos en frente y nos hemos cortado por no ser mal interpretados? No hablo de besuquearnos, ni sobarnos. No hablo de estar todo el día colgados del brazo del de al lado. No me refiero a los contactos por compromiso.

Algunas veces recibimos besos de plástico y abrazos como si de un cinturón frío y ajeno se tratara. Son esos gestos sociales de los que ya he hablado en otro post.

Pero cuantas veces un gesto vale más que todo el oro. Cuantas veces hemos dicho más con los abrazos que con las palabras. Cuantas veces nos sentimos raros, solos, a kilómetros de los demás, por esquivar ese contacto.

A los abuelos de la residencia los acaricio, los abrazo, los achucho y se les ilumina la cara. Llego a mi madre y la pillo por sorpresa con un achuchón y su sonrisa se escapa de la cara. Reencuentro a una amiga y se nos escapan los brazos para envolver y reconocer a la otra, para transmitir alegría y felicidad. Despedimos a un ser querido y, cuando fallan las palabras, hablan algunos contactos.