lunes, 16 de noviembre de 2020

LAS APARIENCIAS

Mientras tomaba un café con hielo, a la sombra de un bar del paseo marítimo, me fijé en dos mujeres que bajaban por la duna que me separaba de la playa.

La más mayor, o eso parecía, caminaba delante, con ese andar extraño que nos da a la mayoría el ir hundiendo los pies hasta los tobillos en la arena.
Sus gestos eran enérgicos y gesticulaba sin parar. Aprovechando la mano que no sujetaba la tumbona plegable, y una musculatura facial muy trabajada.
La otra mujer parecía estar en otra onda. Más relajada. Escuchaba sin hacer grandes aspavientos, respondía de vez en cuando, resoplaba con cara de paciencia y se recolocaba el pareo, que no parecía dispuesto a taparla.

Estaban lejos, por lo que me resultaba imposible escuchar su conversación.

Unos metros más atrás todavía, aparecieron dos hombres con simpáticas biseras. Parecían completamente ajenos a la conversación que les precedía.

Entre sorbo y sorbo, mi cabeza se puso a imaginar la posible conversación. Acaso ¿No lo hemos hecho todos alguna vez?

    —María ¡Es que no te entiendo! Bajas a la playa, quedamos, planeamos quién trae el qué. Y vosotros pasando.
—Que no Lucía, que no ha sido así —suspiraba la segunda, mientras decidió quitarse el pareo y guardarlo de cualquier manera en un hermoso capacho.
—¿Ah, no? —Bufó la mayor— Pues ya me dirás. Porque tenemos que marchar ahora de la playa.
—Pero sólo nos vamos a comer. Volveremos —Se paró y mirando hacia atrás, trató de incluir a los hombres en la conversación— ¿Verdad Ramón que luego volveremos? —Sin esperar respuesta, retomó la marcha— Espera mujer.
—¿Qué espere? —Lucía se volvió— ¿A qué?¿A que recordéis las cosas?¿A que no haya que esperar mesa en el chiringuito? —Los miró a todos— ¡Ya os vale!

María la alcanzó, aprovechando que Lucía tomaba aire, mientras descansaba la tumbona en sus pies.
—Venga, ha sido un olvido sin importancia —y le colocó el sombrero de paja, que amenazaba con quitarse de en medio.
—Mari, si es que siempre pasa igual. Me encargo de buscar el hotel, la mejor playa, de que todos tengamos las toallas, los bañadores, los crucigramas y las pipas —Mirando al horizonte, hacia mí, continuó—. Y sólo os pido que os encarguéis de la comida. Sólo la comida... —suspira— Y se os olvida en casa.
—En el hotel.
—En el hotel vale, no me corrijas ¡Coño!
María se ríe, mientras Lucía retoma la marcha.
—Bueno,  comer un menú del día tampoco está mal —y se paró, esperando la respuesta como una estocada violenta.
Lucía no se paró. Ni se giró. Movía los labios en un monólogo intenso.
—Si es que ya lo sabía. No se qué me sorprende. De siempre ha sido así —Se sujetó nuevamente el gorro de paja—. Soy la mayor y, por lo que se ve, la única responsable. Tú, ¡Ala, a disfrutar! Que buena cuenta has dado de las pipas y la sangría que he comprado al chico de la nevera.
—A ver Lucía, lo hemos pasado bien —sonrió— no fastidiemos el fin de semana. Si, eres la mayor, la que organiza, la que planifica —se encogió de hombros— Siempre, como dices, lo mismo. Se te da bien y, reconócelo, te gusta.
Lucía se paró en seco. María casi choca con ella— ¡Encima cachondeo!— Se encogió de hombros— Pero si cualquier día vas a olvidar a vuestro hijo en la puerta del colegio. Si no lo recojo yo.
—Vamos, no te pases. Riéndose añadió— Aunque si pierdo a Manolito y, con él a Ramón, tampoco me importaría.
—¡No seas burra, María! Es tu familia.

Esta última frase ya me llegó directamente. Ambas mujeres habían cruzado el paseo y se disponían a tomar posesión de la mesa contigua a la mía.
A ver si mi historia se parecía mínimamente a la real.

—¡Camarero!¿Tienen todavía la cocina abierta? —Lucía se sentó en la silla más próxima a mi.

Sonreí, tampoco había ido yo muy desencaminada en mi doblaje.

—Voy al baño, pide lo que quieras —María dejó el capacho y se alejo entre las mesas.
Lucía, mujer contundente y decidida, dejó la tumbona en una de las sillas libres y se centró en la carta, pidiendo rápidamente una serie de raciones, a todas luces escasas para cuatro personas.

Hablando de los cuatro ¿Y los maridos? Miré alrededor y sólo vi dos siluetas alejándose calle arriba. Bueno, quizá estos no eran los maridos. No todo lo que parece, es lo que es.

María volvió y se acomodó. Se hizo el silencio, mientras aprovechaba a revisar su móvil.

Vaya, parecía que las dos estaban aguantando para no dar el brazo a torcer. María tenía un aspecto más ligero, más moderna, espontánea, disfrutona y menos severa. Lucía más tradicional. Mas responsable. Con pinta de ser la que lidia con marido, hijos, casa y suegra.

Acabé mi consumición. Pero me pudo la curiosidad, por lo que pedí otra ronda y media de ensaladilla -tras ver la buena pinta de la ración que les habían servido a ellas-.

María dejó el móvil y miró largamente a Lucía. 
—¿Mejor? —María alargó la mano hacia Lucía. Una mano nudosa, con una alianza y una pulsera de plata por adorno. Sus manos denotaban un gran trabajo manual.

Ya más cerca, pude observar que andarían transitando la década de los cincuenta las dos.

—Si, ha sido un error —La mano de Lucía alcanzó la de María y la acarició, mostrando un reloj de marca.
—No, no ha sido un error —y tironeó de la mano de su amiga para que la mirara— sabes que todo va a salir bien.

Hummm, parece que no hablaban de las tarteras del almuerzo.

—Emi (Así que Lucía, en verdad era Emi)— Todo llega cuando tiene que llegar. Tus hijos vendrán y lo pasaremos de lujo —Sonrió con cariño—.
—Carmen, Carmen, Carmen —suspiró mi Lucía, con cada sílaba— ¿Qué sería de mi, si tú no estuvieras?

Vaya, la fuerte no lo era tanto.

—Mira, yo creo que ya se lo imaginan. Hace 4 años que murió Damián y 2 desde  que te separaste. Tenemos derecho a rehacer nuestras vidas.

Anda, puede que los dos maromos que se alejaron fueran los novietes de estas dos mujeres. Mucho más que novietes, puesto que andaban pensando en presentarlos "en sociedad".

—No se, Carmen —se calló unos instantes, mientras miraba el plato—. Quizá, como te he dicho, sea pronto.
—¡Ah, no! —Protestó— No pienso volver a la cocina del restaurante, en el pueblo, sin haber solucionado esto —dulcificando el tono añadió— Venga, cómete ese chopito. No está tan bueno como los que yo preparo. Pero creo que se está mareando, de tantas vueltas que está dando por tu plato.
Ambas rieron.
—Siempre sabes sacarme una sonrisa —Y Emi dio buena cuenta del bichejo— Pues no está malo... Puede que te haya salido competencia.
Volvieron a reír.
—En serio Carmen, debemos pensar lo del bar. Yo tengo ahorrado lo del seguro y tu tienes unas manos maravillosas —y soltó una risita nerviosa de adolescente.
—Bueno, bueno. Eso ya lo hablaremos más adelante —mirando la cara de su amiga añadió— No he dicho que no, querida. Estas cosas hay que pensarlas bien. Ahora estamos muy bien. Poner un negocio suena genial —su semblante se puso un poco más serio—. Pero los negocios tensan mucho las relaciones. Y más un restaurante... Pero N-O--L-O-- D-E-S-C-A-R-T-O ¿Vale?
Hundiendo la cabeza entre los hombros Emi respondió— Vale. Lo dejamos para más adelante. Pero no lo olvido.

Durante unos minutos, las tres nos sumergimos en la comida que teníamos delante. aunque creo que yo un poco más a regañadientes por el silencio.
Dos amigas, que tienen cincuenta, con nuevos amores, hijos y necesidad de contarlo a los hijos. Y un padre nuevo no siempre se lleva bien.
Bueno, no todo es lo que parece.

—Bueno, Carmen ¿Cómo lo hacemos? —Emi, retomó claramente la conversación de los hijos— Como te decía, viniendo de la playa ¡No se cómo hacerlo! Esto me supera.
Carmen sonrió— ¿Te supera?¿Yo te supero?
—¡No boba! —Le miró directamente a los ojos— Ni me superas, ni me cansas. Ni ahora, ni nunca.

Hummm, esto último me descuadró un poco. Y me interesó más todavía.

—Bien, vamos a ver —Hizo memoria Carmen de un plan que ambas conocían— Mi hija viene mañana de Barcelona. Ramón y Carlos, según sus cuentas, a media mañana ¿No? —Emi, asintió, mientras daba cuenta de lo que restaba de vino blanco en su copa—. Sigo. Como ya te he dicho, yo creo que ya se lo imaginan.
—¿Y por qué crees eso?

Eso me preguntaba yo también ¿Por qué creía que "eso" ya lo conocían? Y, de todas maneras, que volvieran a tener pareja, no tenía que sorprender en la actualidad a nadie. Ni a los hijos. Los padres y las madres tienen derecho a volver a casarse.

—Vamos mujer —Carmen ladeó la cabeza y con una mirada tierna rozó el brazo de su amiga— Lorena ya nos habla en plural. Ramón me ha invitado a su boda y Carlos se pasó por el restaurante y me presentó a su "amiga".
—¿Sí? —Protestó Emi— Si a mí me costó cinco meses que la llevara a casa —y añadió— como para imaginar que me la presentara en el despacho.
—Bueno, bueno. Tú eres una madre estupenda. Pero fijo que serás una suegra dura de roer.

A todo esto, ¿Los novios no tendrían que estar opinando también?¡Qué parejas tan típicas! Ellas organizando todo y ellos fijo que viendo un partido.

—¿Por dónde iba? —miró el café que tenía delante— Ah, si. Vienen mañana. Los alojamos en la planta de arriba, les dejamos tiempo para descansar, ducharse o lo que quieran —Buscando con los ojos la aprobación de Emi, continuó—. Después nos vamos todos juntos... —Sonó un móvil, era el suyo— Espera...ah, Lorena viene con Alberto —miró a Emi— ¿Todo bien?¿Te importa?
—¡No, que va! Es un chico estupendo y en el despacho le apreciamos mucho.
—¡Ah, perfecto! Comemos en el parador —terminando la última cucharada de su postre, añadió—. Espero que hayas reservado en el salón Sorolla ¡Me encanta ese salón!¡Qué vistas!¿Verdad?
—¡Ya te digo! Todavía recuerdo la primera vez que me llevaste —su voz se tornó un poco ronca— anda que no ha llovido. Pero no creo que lo olvide jamás.
—¡Más te vale!

Tomé nota mental. Les había gustado el salón Sorolla del Parador. Así que, sin darme cuenta ya había decidido visitar el Parador y ese salón. A ser posible al día siguiente.
Pero, a este paso, me iba a perder el final del relato, si no apuraban y me terminaban de contar sus planes. Almuerzo para ocho...¡Ya podían invitarme.
Esto me estaba interesando más que la última serie que vi en Netflix.

—Comemos todos, alegría, chistes y, con los postres, se lo decimos. Chimpún —Finiquitó Carmen.
—¡Chimpun!¿Cómo que chimpún? —Protestó Emi— ¿Así, tan fácil?

¡Eso! ¿Cómo que chimpún? Tenían los hijos que darse cuenta en cuanto vieran a los otros dos hombres en la misma mesa ¡Vaya birria de plan! Ya me decía yo que esta Carmen era poco dada a planificar bien.

—¡Es broma! —Rió— Bueno, tampoco tanto. Mujer no es tan complicado. Se que te pone nerviosa, cariño

¿Cariño?

—Emi, no te preocupes. Son jóvenes tienen otra mentalidad y lo sabes.

Cierto.

Carmen continuó— Yo se lo diré y así te libro de esa pesada carga de anunciar tu boda

¡JA!¡Lo sabía! Se van a casar de nuevo. Y temen la reacción ante un nuevo hombre en la casa.

—Saben que nos conocemos desde hace años. Somos amigas, les hemos visto crecer y seguro que cada una sabemos algún secretillo de los hijos de la otra —Carmen calló para observar la cara de su amiga—. Han visto como nuestra relación ha ido evolucionando, como nos hemos unido ¡Si hasta Lorena nos pilló en tu despacho antes del verano ¡No son tontos!

¿Las pilló?¿A ellas?

—Uf, creo que me puse de todos los colores, Carmen.
—Jajaja —rió la mujer, dejando que su risa nos envolviera a todas— Ya, no creo que lo olvide —Se secó una lagrimilla que se le escapaba— Eras todo un poema.
Ambas volvieron a reír con ganas.
—El caso es que sacaré las invitaciones les diré que te quiero.

¿¿Qué la quiere??

—Que me quieres —continuó— que te pedí la mano, me la concediste... Y que me tomé también el resto del cuerpo.
—¡Qué bruta eres Carmen!¡Que son nuestros hijos!

¿¿Qué la quiere??¿Qué se van a casar? Anda que iba yo atinada. Si. si...

—¿Y después? —Susurró Emi—.
—¿Después? —Carmen cogió el chupito de la mesa, lo elevó y proclamó— ¡Viva las novias!
—¡Calla mujer! —Emi quiso taparle la boca, y Carmen le mordió— ¡Ah! Pero ¿Qué habré visto en ti?
— Felicidad, amor, alegría, un cuerpo de escándalo... ¿Sigo?
—Anda bobota, pide la cuenta y vamos para el hotel.
—¡Camarero! La cuenta.

Las apariencias engañan. Pero ¿Quién debería fiarse de las apariencias?¿Para qué?¿Para etiquetar?¡A la mierda! ¡Camarero la cuenta! A ver si puedo reservar en el Salón Sorolla para mañana.
 

lunes, 12 de octubre de 2020

LA BUENA SUERTE

 

Sam no estaba seguro de si era una señal maravillosa o el presagio de un desastre, pero si sabía que no podía dejar de ver lo extraño que era ver a su amigo de la infancia parado en el semáforo, al otro lado de la calle. Justo frente a él. Ya le parecía a él que el nombre le resultaba conocido. Pero no había caído en la cuenta hasta que le vio en frente. 

Imposible equivocarse. La misma frente despejada, el remolino en el flequillo, esa postura desgarbada. La mirada que te taladraba. Esa habilidad innata para hacerte sentir incómodo. Bueno, no es que hubieran sido amigos, sólo compañeros de pupitre de quinto a octavo. En aquel olvidable colegio de curas.

De pronto, su compañero inició la marcha hacia él. Sam temió ser reconocido, por lo que se ajustó la bufanda y se caló despreocupadamente la gorra de lana. Con la excusa de sujetar el tirante de la mochila, se cruzó el pecho con el brazo. Lo único que le faltaba era ser reconocido.

Pero Daniel pasó a su lado sin verlo. Ocupado en una conversación telefónica que le hizo dar un codazo a Sam. Del que, no podía ser de otra manera, no se disculpó. Daniel nunca se disculpaba. Bueno, no se disculpaba con los compañeros. Con los curas ni se le ocurría no hacerlo. Estaban en la misma onda de superioridad. Ellos lo sabían  todo. Él lo tenía todo. Los demás una pandilla de pobre ignorantes. Incluido Pablito Urrutia, heredero de una poderosa empresa pesquera. Para él sólo era un "quitaescamas", como le llamaba en los baños. Cuando se reía de él y le acorralaba con sus amigos. Nadie estaba a su altura.

Sam cruzó la calle corriendo y se giró para ver hacia dónde iba Daniel. Parecía estar más en la conversación que en la calle. Bruscamente, se detuvo, giró sobre sí miso y se perdió en el hall de un imponente edificio. La sede central de su brillante empresa.

Todo sonreía a Daniel. Porque Daniel había ayudado un poquito al destino. En cuanto pudo, se deshizo del director general. Casualmente un padre ausente, su padre ausente, que sólo quería dejar lo mejor a sus hijos.

Había leído en alguna parte, que le habían diagnosticado Alzheimer y por eso el hijo le retiró del timón del negocio. Tras unos meses de lucha familiar había aparecido muerto en su casa de una rica urbanización del norte de Madrid.

Suicidio decían.

Daniel había ayudado al destino, si. Con ese tipo de ayudas que crean amigos interesados. Y enemigos más interesados todavía.

De eso, Sam sabía mucho. Se dio la vuelta, se ajustó el tirante de la mochila y se dirigió calle abajo. Pensando en la biografía de Daniel, leída hacía poco con indiferencia y recordada ahora con un interés renovado.

Miró su móvil y chequeó las señas, para confirmar que estaba ante el edificio correcto. Entró en el hall de un edificio de oficinas, se identificó y pasó el torno. Había alquilado una ofician discreta en una de las últimas plantas. No pagaba los metros, pagaba la panorámica de todo Madrid. Unas vistas impresionantes.

La sala estaba impoluta, apenas un par de muebles. Sobre la mesa los informes sobre Daniel. Dejó la bolsa y volvió a jugar con los papeles. Allí apareció la foto de una mujer. Isabel Picado, flamante esposa... exesposa de Daniel. En un tiempo impresionante, escultural, hermosa e inteligente. Ahora una sobra de lo que fue. Recordó el proceso de separación. Salió en todos los tabloides. Lo que no se publicó lo tenía él sobre la mesa. Excesos, malos tratos, drogas, depresión, intento de suicidio. El divorcio la dejó temblando, pero le salvo la vida. Todo un fiera nuestro amigo Daniel. A todo el que tocaba lo jodía. Las manos empezaron a hormiguearle. Presentían ya su momento.

Sam, habitualmente, no sentía gran cosa en su trabajo. Era sólo trabajo. Pero este trabajo le estaba resultando particularmente agradable.

Abrió el ordenador, revisó los planos de la ciudad, los datos del edificio de Daniel y la meteorología. Un día perfecto. Todo iba mejorando por momentos.

Subió la bolsa a la mesa e inició su liturgia habitual. Pasó la mano por toda la parte superior de la bolsa. Retirando pelusas imaginarias. Con cuidado abrió la cremallera y percibió el olor característico. Extrajo la funda rígida y la abrió. Poco a poco sus manos se hicieron nuevamente a su Remington 700. Su mira telescópica, su culata, la cantonera y así hasta acariciar todo el rifle. Una extensión de si mismo. Miró con detenimiento el guardamonte. El cosquilleo iba en aumento.

Se acercó a la ventana y rastreó los edificios frente a él. Encontró fácilmente el edificio de Daniel, la planta y el despacho. Hoy iba a alegrarse mucha gente. Amigos, enemigos y damnificados de Daniel. Día de suerte para muchos... Salvo para Daniel.