Ir al médico no es el planazo que te gusta tener. Ir con tu madre, menos todavía. Pero cuando es tu aniversario de boda, estás en la cama con catarro y tu madre viene a verte, no esperas pensar que te habría gustado estar con ella en el médico. Porque ella fue al médico y tú no estabas. Y a ella le dijeron que lo de la cara era cáncer y tú no estabas.
Porque el día de tu aniversario, tu madre rompe a llorar. Porque no entendió el diagnóstico, pero si la palabra.
Así que hay que sacar pecho, encontrar quien te diga exactamente qué le dijeron. Ponerte las pilas y averiguar de qué se trata. Reunirte con tu madre y explicarle que no todos son igual de malos. Que hay distintos tipos de tratamiento. Que será raro que haya metástasis, que puede... Todo eso que debían haberle explicado en la consulta. Y que se olvidaron de decir.
Los sanitarios somos algunas veces así. Como nosotros lo sabemos, se nos olvida que el otro sólo escucha una parte del mensaje: la que le colapsa. Algunas veces, somos humanos y no damos hueco a los sentimientos porque no sabemos manejarlos. Otras veces sólo es trabajo. Para algún tarado es la mejor forma de escurrir el bulto.
En la mayoría de los casos, no lo hacemos de mala fe. Pero claro, el otro no lo sabe.