viernes, 23 de mayo de 2008

MINUTO DE GLORIA

En estos días de lluvia, se agradece recibir enlaces a vídeos como el que pongo al final de esta columna de hoy. Durante unos minutos te partes de risa.

Todo un compendio de flagrantes equivocaciones. Tales que no puedes evitar preguntarte, como el comentarista ¿Cómo pueden fallar cosas tan fáciles? Y podemos caer en la tentación de pavonearnos de hacerlo mucho mejor que ellos, si fueramos... Claro, si fueramos al programa.

Porque todo ésto lo planteamos desde el cómodo sofá de nuestra casa. Donde todo concurso se ve supersencillo, obvio, tiradísimo vamos. Con la familia como público. Tu padre que presume de hija superlista, madre que te mira arrobada cada vez que das pie con bola. Hermana que sostiene que tu inteligencia es de familia. Y abuelos. (lo de la familia como público es opcional, podemos hacerlo ante nosotros mismos y, por tanto, tirarnos más flores porque nadie nos para).

Pero, ya veríamos cuántas acertábamos con cinco cámaras despiadadas apuntándonos. Con sus cinco luces rojas monstrándonos a miles de espectadores. Espectadores entre los que se encuentran familia, amigos, compañeros, jefes y cosas peores. Y un presentador que no pregunta, sino que dispara interrogantes. Que ya te pone nervioso con sólo mirarte.

Bueno, y el público, los cámaras, los de sonido, maquillaje, mozos, regidores y demás profesiones que desconozco.

Entonces ya veríamos en qué se quedaba ese minuto de gloria... o de escarnio público.




lunes, 12 de mayo de 2008

LA FELICIDAD NO DA LA TALLA

La felicidad está sobrevalorada. Y, por consiguiente, siempre somos injustas con ella. Condenándola a fallarnos tarde o temprano.
También están las que alegan "La felicidad no existe. Sólo momentos de felicidad". ¡Coño! Pues a eso se le llama existir. Es como negar la existencia del extreñimiento, porque sólo nos pasa de vez en cuando. Absurdo.
Creo que lo que nos pasa es que no valoramos la felicidad que tenemos. Y enaltecemos los malos momentos. Llegando a regodearnos un poquito en estos lodos.
Dicen que estamos diseñados para sobrevivir, no para ser felices. Por eso nos cuesta y así nos va.
Pero una cosa no tiene por qué excluir la otra. No creo que el objetivo de sobrevivir sea sufrir un poco más. Sufriremos, seremos felices o nadaremos en la insulsa mediocridad de dejarnos llevar. Como mi geranio -que está ahí, y ya-.
Estamos diseñados, hemos quedado, para sobrevivir. Y ¿Pará qué sobrevivir? Somos nosotros los que vestimos esos días de más, que nuestro diseño ultraterreno nos concede.
¿Dónde queremos poner el acento?¿Por qué no dar un poco más de cancha a los momentos buenos?¿Porque no recrearnos en los caramelos de felicidad que la vida nos regala?
La mayoría de nosotras tenemos buenos y malos momentos en la vida. No hablo de los grandes episodios de tristeza -muerte de un familiar, enfermedad, pérdida de lo que podamos tener,...-. Me gustaría que resaltaramos en nuestras vidas lo que hace que se nos cuelgue una sonrisa de la nariz.
En la residencia, en el gimnasio, escucho campeonatos de pastillas y dolores. A ver quién toma más medicamentos y enriquece a la empresa farmaceutica. Quién tiene más padecimientos, quién debería tener al médico para él sólo.
Sólo de vez en cuando, surge una abueleta de sonrisa perenne, que hace gracias, que canta y que no habla de males. Y algunas están en silla, con pañal y hay que ayudarlas hasta a cortar un filete. Supongo que son formas de afrontar lo que nos toca.
Y en mi recuerdo guardo buenos ejemplos, por si desfallezco.


domingo, 4 de mayo de 2008

DE ESPAÑOLES Y MONOS

Estaba esta tarde coreando tranquilamente a Presuntos Implicados, en la tranquilidad de mi coche, cuando me detuve por exigencias de un semáforo. Ya sabeis son implacables y no perdonan ni a las fisioterapeutas.


Bueno, allí estaba yo y justo, cuando tenía la boca más abierta que el perímetro de una hogaza de pan, vi un ojo que me miraba con cierto desdén. Ni qué decir que cerré la boca de sopetón.


Miré retadora su lente. Rápidamente recordé los últimos segundos antes de llegar al semáforo. Principalmente por la multa que me pudieran cascar, gracias al chivatazo de la cámara. UUUFFF todo había sido correcto.


Pero me fijé en el aborto de farola, sobre el que reposaba el armatoste. Vi otras dos cámaras vigilantes.


Pues si que estábamos fichados. Miré a mi alrededor y, con sorpresa, descubrí otro pincho de grandes proporciones, con otra cámara a modo de aceituna cenital. Y otra un poco más allá.


Miré a mi alrededor. A la derecha podía observar el cajero de una conocida caja de ahorros -paso de hacerles hoy publicidad-. En la puerta otra cámara expectante.


La puerta del aparcamiento subterráneo también tenía la suya. Y, me constaba, que la comunidad de vecinos también disponía de un circuito de vigilancia.


Cambió el semáforo, pero la semilla de la curiosidad ya había germinado en mi.


Hay cámaras que multan, que controlan el tráfico, que cuidan tu coche o el camino hasta tu portal. Otras cámaras te acompañan cuando te acercas al banco, cuando quieres entrar y cuando haces cola para la caja.


Por descontado, hay fuera y dentro de los organismos oficiales. Y en las grandes empresas. En joyerías y en tiendas de souvenirs. En fincas privadas y en edificios históricos. En polideportivos, hoteles, museos y hasta en los túneles de la m-30. Si hasta hay cámaras en mi residencia. Que no puedes rascarte en el aparcamiento, sin que te vean tres personas -mínimo- en recepción.


Me sorprende que la gente desaparezca. Si fijo que le han grabado 700 cámaras. Claro, el problema está en saber cuál de todas.


Se dice que, antaño (muy, muy "antaño"), un mono podía cruzar España sin tocar el suelo. Saltando de rama en rama. Aludiendo a la gran boscosidad de nuestras ibérica tierra.

Puede que, en unos años, y a pesar de la alarmante desforestación, un primo lejano de aquel inquieto mono, pueda repetir el mismo viaje. Y sin tocar el suelo tampoco. Gracias a las cámaras y sus soportes.
La próxima vez que os pareis en un semáforo, espereis a un amigo u os metais mano con frenesí, recordar: ALGUIEN, con un bocata de atún entre las manos, OS VIGILA.