viernes, 22 de febrero de 2008

BSO

Me gusta el cine. Lo reconozco, incluso voy al cine de vez en cuando. No os asusteis, a pesar de mi intensa vida como fisioterapeuta aguerrida, se que ya el cine es sonoro y A COLORES. Asombradita que estoy.

Me gusta tanto, que de vez en cuando hasta busco las bandas sonoras. así puedo deleitarme con ellas y disfrutar en mis ratos de ocio con los recuerdos de películas inolvidables.

Todos tenemos conciencia de los grandes clásicos en música de cine. Y todas tenemos nuestras músicas favoritas. Pero quería compartir con vosotras la auténtica banda sonora de un clásico. ¿Os gustó La guerra de las galaxias? ¡Qué banda sonora! Conocida hasta aburrir. Pocos la escuchan y no reconocen la película a la que viste. bien, pues he encontrado una canción que en su momento no incluyó John Williams. Aquí os dejo el vídeo para disfrute de cinéfilas.

miércoles, 20 de febrero de 2008

NO TENGO BESOS DE TODO A CIEN.

Todas las mañanas, me despido con un beso. Y todas las noches, abro la puerta del sueño con otro. Ni qué decir tiene que ambos son imprescindibles, para mi supervivencia y buen descanso.
En mi familia, este gesto de proximidad es bastante empleado. Para desconcierto ocasional de mi @rrobita. Es más, creo que algunas veces lo derrochamos a manos llenas, digo a bocas llenas (aunque suena un poco mal, en fin).
Pero, fuera del ámbito familiar, donde nos besamos todos a diestro y siniestro, este gesto se asocia principalmente a la mitad de la población. A la parte femenina. Y ésto se ve como algo natural. Se da por sentado.
Si nos presentan a álguien, da igual su sexo, se espera que demos un beso ¡Qué menos! Si somos nenas, claro. El típico besito de rigor.
Peeeeeeero ¡Ay! si eres nene. Si eres nene, y te presentan a otro nene (si es nena nos remitimos al ejemplo anterior pero de la otra parte), se espera un robusto apretón de manos. Como si le midieras en un minipulso.
Y, lo que puede suceder es una mezcla de gestos. Tan malamente mezclados como agua y aceite. Te presentan a alguien y se produce una descoordinada coreografía espacio-temporal. Tipo morrillos-mano, mano-mejilla, coscorrón y risita nerviosa para zanjar el tema.
Porque, por mucha mujer que sea -que lo soy-, no me siento en la obligación de besar a todo santo varón y santa fémina que me presenten. Reivindico mi derecho a elegir. Si me presentas a tu hijo, tu madre o tu abuela, vale. Pero si es un compañero de trabajo, un vecino, tu abogado o similar, me guardo la familiaridad y la intimidad del beso para otra ocasión.
No es que me niegue en redondo. Lo que no quiero es la obligación. Obligación asociada a mi condición femenina.
Los besos, o por lo menos para mí, son algo personal. con una emotividad e intimidad a tener en cuenta. No son para ir soltando como semillas en la siembra, como si se adquirieran en los "chinitos" de la esquina. No están de oferta, ni de 3x2, ni los regalo con una bolsa de patatas fritas sabor barbacoa.
Tampoco los escatimo, ojito. Aunque mi madre siempre piense que rateo en este punto. Pero hay que saber a quién y para qué.
Quien me conoce, sabe que beso mucho, que soy emotiva y próxima. Es más, con los abuelillos del trabajo me prodigo bastante. Pero es que también constituyen un arma (palabra violenta para un beso ¿verdad?) muy buena para consolar, abrigar, calentar, acompañar, hablar sin palabras. Para demostrar lo que siento, lo que no puedo o no se expresar con palabras. O para subrayar lo dicho. Y no os cuento si se asocia a un buen abrazo.
Seguiré besando en presentaciones, reuniones, bodas, bautizos, comuniones y entierros. Pero que tampoco se me enojen si doy la mano. La próxima vez puede que caigan dos ósculos para arrebolar las mejillas.