sábado, 26 de mayo de 2007

Días de lluvia

Como saben todas las madrileñas, castellanas y de gran parte del país, este mes hay grandes descuentos si adquieres días de lluvia.

Pero no de una lluvia infame de las que no sabes si llamar lluvia o suave sudor. No, no, lluvias de las buenas. De esas que, como el primer amor, te calan hasta lo más hondo. Lluvias modernas con impresionante aparato eléctrico que, a estas alturas, supongo ya digital.

Aquí en madrid, porque somos así de chulas (sólo nos ganan las de Alcazar de San Juan), hemos comprado los packs de ahorro. Por cada tres días de lluvia unas aletas. Y por cada semana una zodiac.

Ya tengo mis aletas en seis colores -los de nuestro arcoiris-, para combinar con todo mi armario. Incluido el famoso fondo del mismo. Las zodiac se sirven sólo en negro. Que es muy elegante y, además, me hace más delgada.

Aquellas que no disfruten con este nuevo abanico de posibilidades deportivas de ciudad -rafting por la Castellana, descenso de cañones por la Ronda de Segovia...- les aconsejo que revisen sus actos o planes. De todas es conocido que existen hechos, planes o acciones, que alejan/atraen la lluvia a nuestros tiernos cuerpecitos.

Tomen buena nota. Y si conocen más atrae/rechaza lluvias, que nos lo participen a todas las demás a la de "YA".

Dentro de lo que denominaremos imanes de lluvia, me constan:
  • Eventos religioso-festivos: Bodas, bautizos, comuniones.
  • Trajes de alpaca.
  • Días de campo organizados con mucha antelación y con la comida hecha.
  • Lavar el coche.
  • Olvidar el paraguas.
  • Decir o pensar "Total, no creo que llueva".
  • Fiestas en la playa.
  • Barbacoas.
  • Ir a tu concierto más deseado
Y dentro del grupo de repele lluvias:
  • Danzas rituales tipo.
  • Llevar huevos a las monjas clarisas.
  • Tener que arreglar el jardín, sin muchas ganas.
  • Excursiones con la suegra o la cuñada plasta.
  • Sacar al santo de turno en procesión.
  • Llevar paraguas.
Bueno, si alguna sabe más que nos lo cuente.

Ahora os dejo un par de vídeos para que se os escape una sonrisa. Sobretodo a aquellas que sufren la modalidad de lluvia/no lluvia que no es lo que desean.



lunes, 21 de mayo de 2007

El último día (y III)

Caminasteis bajo las estrellas. Ella reía y hablaba y te hizo olvidar que era vuestra última noche. Esta noche sería eterna, colgada de su boca. No podías imaginar un lugar mejor. Poco a poco llegasteis al principio del puente donde quedasteis la primera vez. Pero no te diste cuenta hasta que ella paró. Miró a su alrededor, caminó un poco más y se apoyó en la balaustrada.

Por un momento se separó de ti y miró hacia el río. Al alejarse, sentiste todo el frío de la separación. Todo el frío del invierno que ya caía. Te sentiste desolada. Era el fin.

Te había llevado allí para despedirse. La tristeza se abalanzó sobre tu corazón. Ella, de espaldas, se alejaba a marchas forzadas de tu corazón. No sabías hacia donde mirar. Te volviste hacia la otra orilla. Viste el reloj de la iglesia de Santa Ana. Faltaba un minuto para las cinco.

En aquel reloj contaste los minutos y los segundos el día que os conocisteis. Mirando aquella iglesia, rezaste porque apareciera. Por no quedarte sola, como una tonta, el primer día. Los ojos luchaban por no anegarse de lágrimas. Tocaba el reloj las horas. Con cada campanada se acercaba el último latido de tu corazón. Ya no había frío. Ya no había invierno en el exterior. Tu corazón yacía inerte en medio de tu pecho.

Una, dos, tres campanadas. Cuatro, ya llega el fin. Cinco. No pudiste mantener la mirada en el campanario un segundo más y bajaste los ojos a tus zapatos.

¿EH? Alguien pregunta por tí. Te giras sorprendida. Un chico, con un montón de granos adolescentes, os mira alternativamente a las dos. Por el rabillo del ojo ves que ella cabecea sonriendo, hacia ti. No entiendes nada. El chico se acerca sonriendo también. Casi dirías que su sonrisa es traviesa. Sabe algo que tu desconoces.

Entonces te fijas en sus manos. Lleva un precioso ramo de flores en las manos. No te lo puedes creer. Se acerca un adolescente, con un inmenso ramo de flores, hacia ti. A las cinco de la mañana en un puente desierto. No sales de tu asombro. Un poco lenta de reflejos, asientes con la cabeza cuando repite tu nombre. Te da el ramo y se va silbando, sin mirar hacia atrás. El ha cumplido.

Miras el ramo sin entender una palabra. De pronto, recuerdas a tu chica, que se ha acercado sin darte cuenta. La miras y sonríe de oreja a oreja. Te sientes un poco ridícula. Ella mira el ramo y te descubre con los ojos un sobre pequeño. Ni te habías dado cuenta de su existencia. Lo coges, manteniendo el ramo de una manera tan torpe que casi se te cae. Ella lo recoge al vuelo y se ríe. Tu te sonrojas.

Se coloca tras de ti. Sientes su calor, no lo vas a soportar mucho tiempo. Abres el sobre y no puedes creer lo que lees. Lo relees y te oyes afirmar una y otra vez. Te oyes reír. Te sientes en pleno verano. Ella te rodea con sus brazos. Ella te abraza y te acuna feliz.


"ESTA PUEDE SER LA PRIMERA NOCHE DEL RESTO DE NUESTRAS NOCHES".

domingo, 20 de mayo de 2007

El último día (II)


Poco a poco te envolvió con su palabra, con su risa, con su proximidad. Te sentias feliz, a gusto. Como nunca antes te habías sentido. Tu brazo, en algún momento, se había deslizado por su espalda y la abrazaba con una familiaridad que provenía de más allá de una semana. Hacía mucho rato que el frío había dejado de sentirse, aunque la noche avanzaba inexorable. Su calor atravesaba toda la ropa que os separaba. Es más, tenías calor. Dentro de ti, algo ardía. Pero no querías prestar atención. Total, para qué.
Antes de llegar al puente, te hizo parar en aquel pequeño café, donde habíais pasado horas. Hablando de lo humano y lo divino, hasta altas horas de la noche. Sin preguntar, pidió por las dos. Como si siempre lo hubiera hecho. Como si fuera lo más normal. Como si os conocierais desde siempre. Bueno, era fácil, chocolate. Chocolate con nata para dos. Descubrísteis el primer día que a ambas os volvía locas. Entre risas, dijo que era un sustitutivo del sexo y casi te sale un sorbito de chocolate por la nariz. Incluso te pusiste roja. Pero ella no se aprovechó, no apretó las tuercas aprovechando tu embarazosa rubicundez. A fin de cuentas, os encantaba a las dos. Eso dijo. Cuando os quisisteis dar cuenta, los camareros miraban de reojo sus relojes y bostezaban discretamente. Os habíais quedado solas. Como ya había sucedido en ocasiones anteriores. Los camareros permanecían discretamente alejados y os miraban sonriendo. Lo notaste en varias ocasiones. Y te sentiste culpable. Puede que se dieran cuenta de la adoración y el amor que sentías por aquella mujer. Quizá te entendían. Aquella mujer no podía dejar impasible a nadie. Serían sus ojos. Sería por su sonrisa. Sería por su forma de desenvolverse. Por su seguridad en toda situación. Moviste la cabeza, para alejar todo pensamiento y volverte a concentrar en ella. Nada más merecía la pena esa noche. El mundo podía desaparecer y te parecía una nadería. Ella estaba allí, contigo. Como si de un resorte se tratara, se levantó de un brinco, dando por terminada la velada del chocolate. Te alargó la cazadora y te ofreció la mano, para recogerte bajo su protección. Se había dado cuenta de lo ligera que ibas de ropa y se había tomado como un deber vital, el resguardarte del frío.

viernes, 18 de mayo de 2007

El último día (I)

Hacía frío, no te habías dado cuenta. Siempre te pasaba igual, pensabas que era suficiente ropa y te quedabas corta. Y estabas helada en la parada del autobús. Sin embargo, si volvías a casa, no llegarías a tiempo. Y eso si que no. Antes pillabas una pulmonía.
Así que, te dedicabas a pasear arriba y abajo, por detrás de la parada del autobús. Mirando de soslayo el final de la calle. Deseando que apareciera el rojo característico. Ese autobús que, por última vez, te llevaría a ella.
Recordarlo se clavó a traición, como una flecha lanzada desde la distancia. Y te encogiste un poco más. No por el frío, sino por el dolor de esa realidad. Puede que no os volvierais a ver. Lo más seguro.
La ciudad no volvería a ser la misma sin ella. Sin la persona que te obligó a levantar la vista del suelo, de tus papeles, de tu mundo. Que te mostró tu propia ciudad. Su luz, sus parques, sus calles, su bullicio. Sus rincones, ahora los más queridos para ti.
Nada volvería a ser igual. Y ella se marcharía sin saber cuanto significaba para ti. Cuanto dolor iba a quedar pegado a su recuerdo. A su ausencia. No le habías dicho nada y ahora, cuando la separación era inevitable, te arrepentías mil veces por haber callado.
Bueno, aprovecharías esa última jornada. Ese último paseo. Esa gran complicidad etnre las dos. Estabas dispuesta a aprovechar cada mirada, cada roce, cada sonrisa. Atesorarías todo. Porque todo eso sería lo que te nutriera hasta Dios sabe cuando.
A medida que el autobús te acercaba al destino, los nervios se acrecentaban. La inevitabilidad del deseo crecía en tu nterior. Si, la deseabas. Deseabas poder recorrer su cuerpo y no sólo con el pensamiento y la imaginación. Ardían tus manos por rozarla. Dolía todo tu cuerpo por su ausencia. No podías evitar deshacerte, cuando ella te cogía por los hombros. Cuando su mano se entrelazaba con la tuya. Lo habías descubierto la primera vez que os saludasteis. Cuando, con aquel beso, se llevó tu corazón en los labios. Tu mejilla quedó marcada a fuego. Para siempre.
No tuviste que esperar en la plaza. Su alta silueta se acercaba decidida hacia ti. Podías sentir la fuerza que irradiaba bajo aquel largo abrigo que tanto te gustaba. Una luminosa sonrisa te cegó. Siempre tan alegre, tan resuelta. Te saludó efusivamente, como siempre lo hacía. Aproximando peligrosamente, sus labios a la comisura de tu boca. Y tú te deshacías.
Quería ir al puente donde quedasteis por primera vez. Es más, al fijarte un poco más, viste que se había vestido exactamente igual que aquel día. Hacía justo una semana.
No tenías problemas para volver. Cualquier sitio parecía perfecto para estar con ella. Para pasear. Te cogió por los hombros, como siempre hacía. Con aquel amistoso gesto que tanto te gustaba. Mientras, te contaba su último día de curso. La fiesta, la comida, las risas. Había hecho amigos. Habían cruzado los correos y los móviles. Pero tú sólo escuchabas el sonido de su voz. Captabas la idea. Lo justo para poder seguir la conversacion sin parecer imbécil.

martes, 8 de mayo de 2007

Esperanza


Esperanza. Me llena la esperanza. La noto crecer fuerte y sana en mi interior. Se alimenta de ti y de mí. De nuestros latidos, de nuestras risas. Como una cría golosa, engulle chocolate de risas y mermelada de bromas. Como una hija buena, se alimenta de cucharadas de miradas y taquitos de conversación. Como descendiente revoltosa, me esconde regaliz de besos y nubecitas de suspiros.

La cuido y la mimo para que crezca con salud, con la fuerza de un roble. Le dosifico los besos azucarados, y los dulces de tus manos. Comparto con ella la sopita de tus caricias y el corderito tierno de tu cuerpo. Exprimo cada mañana nuestras palabras y le doy un zumo de felicidad diario. Me dejo engañar para que se lleve, bajo la blusa, galletas de caricias compartidas, rellenas de sueños e ilusiones.

Nada le puedo negar. Porque me mira juguetona y me dice que tú estás ahí. Que está decorando nuestro rincón. Ya me explica los huecos que va organizando. Aquí tus manos, allí mis labios. En esta esquina los recuerdos de las primeras veces de todo. En la balda de arriba la enciclopedia de las palabras que nos pisamos justo antes de reír. En la central, las fotos de nuestras yemas rozándose, de nuestras manos jugando. Frente a ella hay un sofá para nuestras tardes de palomitas. Y frente a ella la videoteca de nuestros mejores momentos, los épicos, los románticos, los de risa, los inconfesables, todos nuestros. A la derecha, la torre de CDS con nuestras canciones y nuestras palabras, las dichas, las que diremos, las que nos devuelven cada día la emoción del primero.

En el cesto del suelo, nuestros sonrojos, nuestros tímidos silencios y los borbotones sin sentido, fruto de los nervios de nuestra proximidad. En el revistero las noticias importantes que pueblan los pequeños y grandes momentos. Ella va dando forma a ese huequito que pronto se convertirá en nuestra total y completa realidad. En ese mundo que nos tiene preparado.

Siento que hoy soy la hija predilecta de esperanza. Ella es mi madre y mentora, en estas mañanas de primavera. Ella es mi hija, mi adolescente, mi apuesta de futuro. Ella será nuestra realidad. Ella es la madre que me guía y me alienta. Es la amiga que a ti me lleva. Ella es promesa.

Tú eres realidad.