Ya se encendieron las luces del centro de Madrid -y de algunas zonas del extrarradio, esas que todavía deben tener presupuesto-. Ya se atiborran los escaparates de guirnaldas y pelotas, digo bolas. Y en la radio nos hablan de lo bueno que es poner árbol de verdad y español -¿Os dais cuenta de que la publicidad ahora recalca que "es español" todo lo que se anuncia?-. Porque los de los chinos son chinos, son de plástico y contaminan una barbaridad.
Y, como sucede de manera inevitable cada año, en la familia se pronuncia la pregunta lapidaria "¿Y qué vamos a hacer en Navidad?". Entran en juego los distintas opciones, las distintas ganas de juntarse, de aguantar/compartir con la familia. Las cenas, la marabunta humana por doquier, las ganas de desaparecer o de ir por ahí cantando villancicos a pleno pulmón.
Reconozco que me gusta la Navidad. Porque mostramos un poco lo que deberíamos ser el año entero, o porque me encanta encontrar los regalos que agraden, o juntarme con la familia. Pero también reconozco que todo en exceso cansa.
Aunque no hay que olvidar que somos una familia. Y arrobita no ve las cosas del mismo color.
Así que, como durante el resto del año, la base de todo es el diálogo. Hablar, explicar, llegar a un acuerdo. Un poco de aquí, un poco de allá. Porque elegimos pareja, pero la familia política - como la propia-, no ha podido seleccionarse.
Aunque, ¿Quién sabe? A fin de cuentas, creo que nuestras familias tienen mucho bueno. Lo malo son detallitos que se pueden superar. Y así lo haré. Por tanto, disfrutaré la Navidad, disfrutaré de la familia, los amigos, los regalos -si, se puede regalar todo el año y, por eso, también puedo regalar en estas fechas-. Y, sobre todo, disfrutaré de cada día con arrobita.
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