No estaba previsto visitar la ciudad, pero una oferta y unos días de vacaciones no disfrutados, nos llevaron hasta sus aguas.
Me ha encantado patear esta ciudad. Descubrir sus callejones, sus inundaciones matinales, sus desiertas placitas de zonas no turísticas, sus tiendas y sus canales, ha sido un gran placer. Ir sin reloj, sin prisas, sin destino claro que guiara nuestros pasos. Ha sido genial.
El agua verde turquesa, que no olía a perritos muertos ¡Menos mal! casi invitaba al baño. Si no fuera por las botas, la trenca, el jersey, la camiseta, el pañuelo y la gorra, puede que lo hubiéramos hecho. Pero, qué queréis que os diga, nos dio pereza.
Una pena no haber podido entrar en la catedral. Servidora se confió y se encontró a las 17.10 con la verja en las narices. No me queda más remedio que anotarlo en la lista de "visitas pendientes". Así que habrá que volver.
Os recomiendo esta pequeña ciudad que posee el ruido extraño de las que ciudades que no tienen coches, ni motos, ni camiones. El ruido era de las lanchas, las gentes y las cámaras. Curioso, me costó darme cuenta, pero identifiqué esa extraña cualidad sonora.
Perderos por las calles y las callejas. Dejaros llevar por la inercia, la emoción y la sorpresa. Ir de la mano de la persona amada y besarla en todas las esquinas que podáis. A fin de cuentas, son los mejores recuerdos que la ciudad os puede regalar.