Desde las cámaras, veo la casa de mis padres. Tan vacía como tantas veces habrá estado. Pero no la siento igual. La siento MÁS vacía, más fría, más triste. Como si las cámaras captaran la tristeza de las paredes. Como si la mesa añorara el delicado tacto del periódico de papá. O la campana extractora supiera que ya no captará la receta perfecta de los labios de mamá.
Me siento una suplantadora, cada vez que leo el periódico en el salón. O cuando guío los pasos de una receta, siendo ahora mamá la pinche.
Si no miro, siento la casa llorar. Llorar por todo lo que se ha ido, por todo lo que sabe que se está marchando. Y sus lágrimas se unen a las mías, en ese vacío que compartimos, muebles, paredes, ropas y yo.
No hay escondite para esquivar las pérdidas.