En estos días de lluvia, se agradece recibir enlaces a vídeos como el que pongo al final de esta columna de hoy. Durante unos minutos te partes de risa.
Todo un compendio de flagrantes equivocaciones. Tales que no puedes evitar preguntarte, como el comentarista ¿Cómo pueden fallar cosas tan fáciles? Y podemos caer en la tentación de pavonearnos de hacerlo mucho mejor que ellos, si fueramos... Claro, si fueramos al programa.
Porque todo ésto lo planteamos desde el cómodo sofá de nuestra casa. Donde todo concurso se ve supersencillo, obvio, tiradísimo vamos. Con la familia como público. Tu padre que presume de hija superlista, madre que te mira arrobada cada vez que das pie con bola. Hermana que sostiene que tu inteligencia es de familia. Y abuelos. (lo de la familia como público es opcional, podemos hacerlo ante nosotros mismos y, por tanto, tirarnos más flores porque nadie nos para).
Pero, ya veríamos cuántas acertábamos con cinco cámaras despiadadas apuntándonos. Con sus cinco luces rojas monstrándonos a miles de espectadores. Espectadores entre los que se encuentran familia, amigos, compañeros, jefes y cosas peores. Y un presentador que no pregunta, sino que dispara interrogantes. Que ya te pone nervioso con sólo mirarte.
Bueno, y el público, los cámaras, los de sonido, maquillaje, mozos, regidores y demás profesiones que desconozco.
Entonces ya veríamos en qué se quedaba ese minuto de gloria... o de escarnio público.