-¡Es verdad! Llámame cuando lo soluciones.
Y el tren, lentamente inició su marcha, alejándose del andén. Alejando una vida de otra. Quedando ambas heridas.
El peso de una relación encubierta, rompió los frágiles cimientos de la suya. el mundo sólo se paró un instante. Suficiente para dos besos. El primero y el último.
Principio y fin.
Marta cayó como un fardo en su asiento de ventanilla. Allí permaneció, viendo el tiempo pasar al otro lado de los cristales.
"¿Y ahora qué?" Se preguntaba. Tenía que reconocer que nunca albergó muchas esperanzas. Quizá, por eso mismo, también tenía parte de la culpa en el fiasco.
Recordaría a Raquel. La guardaría en un lugar especial. Pero estaba claro que aquel era su lugar, un lugar en su pasado.
No, no se echaría la culpa. Esta vez, no. No había conquistado su visibilidad y respeto, para arrojarlo todo al fondo de un armario y echar la llave. Sólo de pensarlo, sintió el ahogo de un lugar cerrado, como antes de liberarse, años atrás.
Al principio no le importó mucho. Ya tendría tiempo Raquel para irse abriendo, aceptando. Por lo que aceptó que no hubiera muestras de cariño en público. Tampoco compartían reuniones familiares, ni laborales. No había abrazos, ni besos más allá de la puerta de sus hogares. Sólo amigas hasta llegar a casa.
A medida que pasaron los días, Raquel le fue llevando a su terreno. Y Marta se dejó llevar. Total, sólo era cuestión de darle un poco más de tiempo.
"No es el momento." Le decía cada vez que Marta pretendía dar un pasito hacia la visibilidad. Cada vez que partía una de ellas sola hacia una celebración familiar. Se revolvió en el asiento, los recuerdos eran frustrantes.
No podía llamar al trabajo, no podía enviar SMS, nada de correos. Nada que no fuera políticamente correcto. Pero al llegar a casa... Al llegar a casa se sentía absorbida por un huracán. Parte pasión, parte liberación, parte descubrimiento. Y todo junto un intento desgarrador de compensar a Marta y compensar tanta asepsia.
De manera automática, se colocó los auriculares y jugueteó con los canales disponibles en aquel largo recorrido.
Pero, si era sincera, todo eso no fue lo peor. Hubiera terminado por ceder al juego de Raquel. Así de boba era ella.
Lo peor fue el arrepentimiento. La vergüenza que empezó a surgir en cada mirada. El sentimiento de culpa se filtró por las rendijas del armario impenetrable. O puede que siempre estuviera allí y no quiso o no pudo verlo desde el principio.
Su pequeño mundo se encogió poco a poco. La alegría de Raquel se hizo cada vez más esquiva. Igual que sus miradas. Y con eso ya no pudo. Soportaba el silencio en el trabajo, en la familia, en la calle. Pero no entre ellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario