Algo habitual en la vida de muchas personas es la delegación de tareas. Y yo no soy menos que nadie. Lo que viene a significar que procrastino todo lo que puedo y que no puedo evitar sentirme un poco culpable. Algunas veces más que otras.
Ahora porque es verano y hace calor. Antes porque estaba a punto de irme de vacaciones. Y, un poco más atrás, porque estábamos en lo más frío del frío invierno.
Total ¿Para qué? Pues para perder el tiempo principalmente. Para ver la televisión, empezar lecturas que no terminé o iniciar actividades para luego dejarlas colgando.
Pero he decidido algo importante. Juntar Septiembre y Navidad. Momentos ambos de promesas y planes nuevos. Me he reunido conmigo misma y, en un hecho sin precedentes, me he perdonado todo. Hasta por expulsar la primera papilla en la pechera de algún familiar incauto. Hasta del pecado original, ese que viene de serie.
Eso para empezar.
A continuación, he cogido un bloc en blanco y he escrito una lista de tareas, deberes, puntos a mejorar y proyectos a realizar.
Cuando llevaba unas cuantas hojas rellenas, las suficientes, las he reunido todas, me he abanicado un rato y después las he tirado a la papelera.
Si haces lo mismo, de la misma manera, siempre obtienes el mismo resultado. O eso dicen.
Nos marchamos, nos mudamos. Sin marcha atrás. Borrón y cuenta nueva. Campo por ciudad. Nueva casa, nuevas posibilidades.
Y allí, empezar las cosas de otra manera. Buscar nuevas formas de hacerlas. Nada de los viejos caminos trillados. Y poco a poco. Menos listas pero más sinceras y realistas.
Ah, ¿Alguien busca piso por Carabanchel?
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