Todas, de pequeñas y no tan pequeñas, hemos compartido cosas con nuestras mejores amigas. Esas que venían a casa a merendar, que jugaban contigo incansablemente en el recreo y en la calle. Con las que compartías tus secretos y tus sueños.
Bueno, también se compartían revistas de adolescentes, y pinturas de maquillaje y alguna camiseta mona -siempre que se compartiera también talla-.
Olvidémonos de apuntes y libros, eso es más superficial.
Pues yo creí que con los años esto desaparecía. Con la edad, y lo que cuesta mantener las cosas, pues te haces más uraña. Si te enseño, pero-como-mucho te dejo tocar un poquito.
Sin embargo, estas abuelas han dejado al descubierto la realidad de las cosas. Nada de no compartir. Nada de lo mío es mío y punto. No se comparte la silla de ruedas, el bastón o la medicación (ésta última, sólo por equivocación o acaparación egoísta de la compañera de mesa). Pero si que se comparten las gafas. Esta mañana, mientras las dejaba respirar un poquito, y ellas comentaban los devenires de las cirugías varias, comentaban los problemas actuales de la desadaptación a las gafas después de haberse operado de una cataratilla. Y la compañera, ni corta ni perezosa le pasó sus gafas. Para sorpresa de la primera, comparten déficit y veía estupendamente. A regañadientes se las devolvió. Pero ya comentó la posibilidad de que se las dejara esa misma tarde. Ays, así son las amigas, desprendidas.
Pero en la pareja también se produce esa comunión de cuerpos y minusvalías. Un matrimonio que pasó por aquí, no sólo compartían besitos, sino la dentadura en sí. Pues habían perdido la de una. Y sin pasta para hacerse con una nueva, encontraron la solución en esa máxima de "amar es compartir". Así uno comía primero, mientras el otro le miraba embelesado y después cambiaban los papeles. Siempre unidos, más allá del matrimonio ¡Qué bonito!
Esto es amistad y amor.
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