- Anda, llama a Padelita. Que te ha llamado y todavía no le has devuelto la llamada.
Arrobita me abroncaba por mi desidia a la hora de pillar el móvil. Todo mientras, arrobita, hermanísima y servidora nos acomodábamos en el coche para retirarnos, tras unas cañitas y sus raciones pertinentes.
- A ver si salta el manos libres.
- ¿Qué ha sido eso? – pregunta arrobita mirando por los cristales, tras escuchar un golpe detrás de nosotras.
- ¡Hola! – Suena padelita en la megafonía del coche - ¿Qué tal?
- Bien, ¿me has llamado antes? – Obvio, teniendo una llamada perdida en el móvil. Arrobita y hermanísima continuan curioseando a nuestro alrededor.
- Pues bien… El viernes nos fuimos quince minutos después de…
- ¡OSTRAS! Ha sido un accidente…
- Lo siento padelita ha habido un accidente…
E inmediatamente, salimos las tres disparadas hacia el siniestro. Miro hacia atrás. Veo un motorista tirado en el suelo. Un coche atravesado y ninguna moto.
Mis pasos se dirigen, como si un resorte se hubiera activado, hacia el motorista inerte. Frente a él, en la parada del autobús, las personas atónitas miran al suelo. No se atreven ni a pisar el asfalto.

- ¡Llama a una ambulancia! – Grito a mi hermana que ya tiene el móvil en la oreja.
Por el rabillo del ojo, veo un chico corbata. Mira hacia nosotros. Destrozado, farfulla
“¡No se mueve! ¡No se mueve!”. Mientras intentan sujetarlo y calmarlo. Palabras suaves, contacto físico para calmar lo incalmable.
Ya estoy de rodillas al lado del cuerpo inerte. Afortunadamente ya está en posición de seguridad. No hay sangre a la vista. No hay posturas extrañas, imposibles.
(“Quítale el caso, que puedes”,”no, no se lo quites… no le toques”, “¿tiene pulso?”)
Le tomo el pulso.
Respira y su corazón late. Tengo un poco de sangre en la mano.
- Ey, chico. Mírame.
El chico parpadea débilmente, perdido, desconectado. No consigo reacción alguna.
Mi mano busca de nuevo el pulso.
(“Pregúntale un teléfono para llamar”)
Me acerco más todavía a la ventana del casco.
- Vamos, mírame. ¡Eh! Vamos abre los ojos y mírame.
Me incorporo
preocupada. Una mano, pasa delante de mí y le palpa el pulso por su cuenta.
No se qué más hacer. Rápidamente miro a mi alrededor. La gente no se acerca, menos mal. Aunque te dan su opinión. Te dicen lo que les cuentan por teléfono.
(“No le quites el casco… No le toques…¿está vivo?...No se mueve…)
Hermanísima ha cortado el tráfico y hace que den la vuelta los coches.
Arrobita va y viene. Cerca y lejos. Me mira con cara de preocupación. También es motorista. También pasa por allí.
Debería abrazarla, pero no puedo, joder. Su pulso va desapareciendo.
- Venga chico. Mírame… Si me oyes aprietame la mano – mi mano no suelta la suya.
“¡Mierda! Le pierdo". Los ojos se han cerrado -.
- Vamos, ¡eh, eh! Escúchame. ¡No te vayas! Vamos abre los ojos.
(“¡Mueve una mano!”)
Me incorporo un poco y veo que los dedos, como si tuvieran vida propia, se mueven. Bien.
- Eso, venga, mírame. Dime cómo te llamas. La ambulancia está a punto de llegar.
¡Joder! Esa sudoración no me gusta, no me gusta… Y esa sangre en mi mano ¿dónde hay sangre? ¿Dónde he tocado? ¡Dios, qué frustrada me siento!¡Qué inútil!
Siento el aire que se levanta y, a lo lejos, el cielo se ilumina a latigazos de luz. Una tormenta se avecina. Oigo a lo lejos una sirena.
- ¡Mírame! Vamos abre los ojos – apenas siento su pulso.
- Dime tu nombre, cómo te llamas…
Hace un calor de bochorno allí tirados. El tiempo parece detenido. No siento a la gente a mi alrededor.
Bruscamente abre los ojos como platos. Unos ojos marrones me miran sorprendidos.
- Eso, mírame. Estoy contigo ¿cómo te llamas? – le vuelvo a tocar la mano.
Sus ojos se van y vuelven a mi.
- Venga dime cómo te llamas.
- ….Carlos…
- ¡Eso! Carlos ¿Qué más?
- Carlos… Pérez…Fernández…
- ¿Te llamas Carlos Pérez Fernández?
Unas piernas uniformadas se van acercando.
- Carlos ya están aquí. Vamos aguanta que te van a ayudar…
Me mira y repite su nombre más fuerte.
Se acerca un policía y el Samur. Les paso la poca información que tengo. Me dan las gracias.
Me alejo.
Me entra flojera. Miro a mi alrededor. Y mi mano con su sangre, como si fuera algo extraordinario.
Necesito a alguien ¿Dónde está arrobita? Mi hermana me pilla, me mira y me abraza.
- Venga, no llores.
- ¿Dónde está arrobita?
- Allí. Venga ¿Qué te pasa? Tranquila – Me abraza y me besa-.
- -¿Y si le hubiera pasado a arrobita?... Ese chico no sale… no sale…
Arrobita se acerca con cara de preocupación.
- Nunca me hagas esto – la ordeno.
- Claro, corazón. Lo intento.
- No te saltes jamás un semáforo.
Me abraza, me besa, me susurra. Mientras la abrazo y miro mi mano.
Necesito que me consuele su cercanía.
- Vámonos.
- Claro – me ve mirarme la mano - ¿quieres una toallita?
- Si.