domingo, 28 de diciembre de 2014

GOLPE FINAL

Supo que todo había terminado en ese mismo momento. Agazapada, envuelta en sudor y mocos. Un segundo interminable. Ese que se pasaba entre que se abrazaba fuertemente y sentía un golpe múltiple. Golpe en cuerpo, golpe en el corazón, golpe en su autoestima. Siempre un poco más fatal que el anterior. Pero éste, éste iba a ser el definitivo. Ya no tenía fuerzas. Ya no encontró recuerdo, pensamiento, deseo, sentimiento o persona que la mantuviera a flote.

Había hecho las paces consigo misma y sólo esperaba el golpe para desaparecer. Para liberarse, para volver a ver la luz a través de sus eternamente tristes ojos. Para volver a ser aquella alegre chica del grupo de los fines de semana. Cuando le conoció y con su galantería, sus palabras y sus gestos, la cortejaba como un caballero.

Ella siempre pensó que había sido una suerte encontrarle. Por lo que dejó pasar el mal gesto, las palabras soeces y hasta los insultos. Para compensar, ella fue dejando por el camino la risa, la alegría y la luz de sus ojos. Encogió con cada día gris y con cada noche a su lado.

Mientras él empezó a ponerle la mano encima, ella rezaba para que cayera un rayo definitivo. No para que se lo llevara a él. Sino para desaparecer ella. Para volatilizarse y dejarle con dos palmos de narices. Con las narices y esas manotas que hacía años que no acariciaban. Sólo medían a golpes cada centímetro de su piel. Aquello no podía ser amor. Aquello no podía inspirarlo el amor.

Pero ahora, justo cuando había llegado al límite de sus fuerzas, el golpe de gracia no llegaba. Y no se atrevía a levantar la cabeza. No podía ni abrir los ojos. Esperando siempre que él se riera en su cara y se la cruzara con la furia de un día de guerra. Siguió en aquel rincón del salón, escondida, temblorosa e hipando.

Dio un salto, cuando sintió un suave roce en el hombro. No entendía nada, no sabía qué estaba pasando. Un golpe como una caricia. Eso era nuevo. Un empujón que sabía a cariño. Poco a poco levantó la vista. Y vio a su marido tirado en el sofá, sujetándose la cabeza que sangraba con profusión. No, no, no podía ser ¿Qué había pasado? Miró a su alrededor, mientras unas manos tiraban de ella hacia arriba.

Poco a poco, unas voces lejanas fueron acercándose. Y más una voz suave, cariñosa, dulce. Pero no podía dejar de mirarle, con ojos de pánico. Podía levantarse, podía arrebatarla de aquel de aquel suave contacto y devolverla a la realidad. Y esa nueva perdida ... No, eso no podía perderlo. Miró a su derecha. Siguió los brazos que mandaban en aquellas firmes y suaves manos. Un hombre la miraba con cariño. Le susurraba palabras "Ya todo ha terminado. Ahora nosotros le ayudaremos".

Los sonidos de la casa volvieron poco a poco a llenar sus oídos. Las sirenas al otro lado de la ventana, los walkies de los policías, los gemidos de su marido mientras lo levantaban. Él se revolvió, como un animal acorralado, cuando intentaron esposarle. Varias personas uniformadas se abalanzaron sobre él. Ella dio un salto hacia atrás, temblando como una hoja. Se oyó a sí misma gritar: "¡No, no. No le dejen acercarse a mi!¡Me matará!". Por unos instantes, forcejeó con las manos que tiraban de ella. Hasta que comprendió, no supo muy bien cómo, que querían sacarla de allí. Evitarle todo el espectáculo del arresto.

Mientras bajaba las escaleras, las piernas dejaron de sostenerla y se sintió desfallecer. No podía ser verdad. No podía creer que su suerte hubiera cambiado. Y también sintió el vacío del "Y ahora ¿qué!". Y las terribles visiones que le vinieron al pensar "¿Y si vuelve?" No, no y no. Y no sabía muy bien qué negaba de manera tan obsesiva. La libertad, tan al alcance de la mano, podía llegar a ser aterradora, tras tanto tiempo buscándola por las esquinas de la casa.

Ya en la calle, rodeada de policía, vio como él salía entre una nube de policías. Había recibido un poco de lo que ella había recibido a manos llenas y durante años. Antes de entrar a empujones en el coche policial miró a su mujer. Los ojos inyectados de furia y miedo.

Pero ella no lo vio. Había vuelto los ojos al policía y su atención a sus palabras. Tan reconfortantes como la sensación de liberación que corría por sus venas. 

2 comentarios:

Ana María dijo...

Me pregunto como puedes expresar todo tan bien...como si tú lo hubieses vivido... Tu don con la palabra siempre me vuelve loca...me enamora!! Besos preciosa

Olga dijo...

Gracias!