Pocos libros y muchos auriculares. Pobres, madres, turistas y trabajadores de toda índole. Este metro no ha cambiado en años. Quizá sea un poco más seguro.
Algunos te ceden el sitio si vas con otra persona, para así poder sentarse juntos. Otros, con la misma desgana que en Madrid, retiran su bolso del asiento libre contiguo como si te fueras a sentar encima de sus piernas. Los hay que, al cruzarse con tu mirada, te sonríen, otros no pueden porque no la levantan del suelo.
Muchas deportivas y gorras (muchas más que en Madrid). Hay un montón de sueño o de cansancio. Y muchas caras que dicen "Estoy pensando" y, por el rictus, no es en las vacaciones.

En este metro, como en el nuestro, estos días se habló del ébola, de miedos y de paranoias compartidas. Quizá la diferencia entre metros, sea el color de la piel que impera. Pero ¿Importa? Las necesidades, los sueños, la soledad y la ilusión no entienden de colores y viajan en un mismo vagón.