De vez en cuando, la vida se te descoloca. Nada del otro mundo. Nada para ser escrito en mayúsculas. Tengo trabajo fijo, tengo una familia que me quiere, tengo una esposa que me ama tanto como yo a ella. Tengo un techo, tengo para comer y hasta para salir a tomar algo.
Pero muchos de los que estáis en situación parecida, sabéis que no es óbice para sentirte mal. Demasiado estrés en el trabajo, o planes a largo plazo -o corto- que no terminas de ver. Proyectos que no acaban de salir, ni bien ni mal pero que no terminas de ver.
Son momentos en los que tu interior se altera. Sientes que eres incapaz de poner en orden las prioridades del día, de la semana o de tu vida. Todo parece seguir igual, pero tú te has quedado en la orilla. Sin barca y con un remo.
No suelen durar mucho estos momentos. Por lo que todo se soluciona en unas horas. Como el reajuste necesario para algunas máquinas. Pasado el tiempo, el reloj vuelve a cero y empezamos otra vez. No es que no haya pasado nada, es que lo has superado.
Esta vez, arrobita se percató. Como no está acostumbrada, se extrañó y buscaba mil formas de ayudar. Pero es que, por más que me preguntara, ni yo sabía como ayudarme. Sólo dejar correr el tiempo. Y decirme que "No tenía que perdonarme nada. Porque no había nada que perdonar". Porque parece que el tiempo que tardas en reajustarte "es tiempo perdido". Nada más alejado de la realidad. Es tiempo necesario.
Por la noche, no encontraba el sueño. Habían pasado las horas y la desazón aumentaba, por no haber encontrado el camino de la hora cero. En la oscuridad, mis ojos se clavaban en el techo. Y sentía cada segundo caer del reloj.
Por la mañana el sol, el caminar por el campo, el almuerzo y la compra han ayudado a que mi ánimo se normalice.
Pero no ha sido completo hasta la siesta. Mientras la perra dormitaba sobre mi costado, estirada como yo a lo largo del sofá. Su suave respiración -y algún ronquidito- me calmó. Igual que acariciarla sin prisa, sin objetivo. Sólo porque es un puro placer.
Mientras los capítulos de "Elementary" avanzaban y la tele y la luz del sol recorría la pared de en frente. Me quedé mirando la pared. Un cuadro, dos desconchones pequeños y un velcro -regalo de la anterior inquilina-. Todo en una pared de color crema que no dice ni desdice mucho. Ni poco.
La estantería está cargada de libros, incienso, pilas, cajas y detalles. En un orden que nadie ha elegido del todo. La mesa es un bullir de vida e ideas en pleno crecimiento -mi madre diría "desorden y más desorden".
Pero, he llegado a la conclusión de que somos así. Que yo soy así. Voy y vengo. Empiezo mil cosas y algunas las termino. Otras quedan madurando hasta su momento.
No es que me perdone. Es que no hay nada que perdonar. Sólo es un reajuste.
Todo está bien, todo está donde tiene que estar.
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