A unas horas del veredicto del tribunal constitucional, sobre nuestro matrimonio, debo aclarar ciertas cosas.
Ya se que es un papel. Ya se que no me había planteado casarme en los años anteriores, en las relaciones pasadas, en los años en los que ni tenía pareja.
Ya se que no es un seguro del amor. Que no va a proteger mi corazón de posibles riesgos, peligros, golpes. Se que no es mi pensión, ni mi paño de lágrimas, ni el salvavidas al que aferrarme si mi vida cae en una tormenta y yo me pierdo en aguas violentas.
Ya se que sólo es un salvoconducto para papeles administrativos y sanitarios. Que no asegura ni un sólo sentimiento.
Es más, se que se puede volver en contra. Convertirse en cadena, en demanda, en el peor de los vacíos -sentirte sola cuando estás acompañada-.
Pero es que el casarme contigo fue algo que tenía que pasar. Algo a lo que nos encaminamos pasito a paso. El escalón lógico. El compromiso deseado.
El acto civil sólo significa una promesa de querer intentarlo cada mañana. De querer enamorarte en cada mirada. Sólo es confirmar la promesa de cuidar que no se tengan que derramar tus lágrimas, que no te falten besos y risas.
Con aquella firma salté al vacío. No quería guardarme nada, no quería dejar abierta ninguna puerta. Quería decir a todos que no pensaba nadar y guardar la ropa. Salté con ganas hacia tus brazos, sin protección, ni paracaídas.
Lo sellé con la exposición de mi corazón ante ti. No quiero los "por si". Lo quiero todo. Te quiero a ti, con todas las consecuencias, responsabilidades y obligaciones. Te quiero a ti, con todos los sentimientos a flor de piel, con todas mis neuronas, con todos mis recuerdos.
Abrí la ventana y tiré lo viejo, los miedos, la oscuridad y la duda. No te puedo amar si eso quedaba en mi corazón. Así que dije que si, SI QUIERO, y entraste a tomar posesión de mi corazón. Como dice la oración "Tómalo, tuyo es y mio no".
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