lunes, 27 de junio de 2011

LOS NEOYORQUINOS ME ENVIDIABAN

Estos días nos congratulamos todos, por lo conseguido en Nueva York. Por fin, un bastión, un guía, un estado insignia entre los estados americanos, ha votado a favor de los matrimonios entre personas homosexuales. ¡Ole por ellos!
Y escribo corriendo y emocionada a una amiga, preguntando por la fecha de su boda, para comprar los billetes baratos -que la crisis es la crisis-. Estos americanos, siempre tan modernos, tan liberales, tan a años luz de nosotros.
Y lo escribo desde el ordenador contiguo al de mi esposa. Que trastea con el suyo, muy concentrada en su trabajo. En el salón de nuestra casa. La que compartimos desde unos meses antes de casarnos. Porque hace ya más de tres años que me casé con mi mujer. Con la persona que me ama, me apoya, me necesita, me anima a ser mejor y hacer más cosas, etc.
Lo escribo desde la rutina de la vida diaria. Lo escribo desde la experiencia de hablar orgullosa de mi mujer, a quién me quiera oír. Normalizando la vida que me hace tan feliz.
Lo escribo desde Europa, desde un país, que algunos ven, de toros y pandereta.
Lo vivo en un país, que otros europeos creen que es atrasado y poco moderno.

Pero aquí puedo vivir con mi familia, con mi mujer. Y compartir la crisis, las penas familiares, las consultas médicas, las familias políticas, etc. Puedo ir con ella a la Puerta del Sol y acampar.
En este país, que incluso nosotros, tan poco dados a decir cosas bonitas de nuestro propio país, denostamos con más frecuencia de lo que deberíamos.
Queda todavía mucho por conseguir, a todos los niveles, pero de eso se trata. Arrimar el hombro y corresponsabilizarnos de dar un paso más en todos los ámbitos de la vida. No esperar a que otros lo hagan por nosotros.
Porque aquí ocurren muchas cosas, y muchas de éstas son buenas.